viernes, junio 18

Poema de Invierno

Hay un cierto sesgo de luz,

En las tardes de invierno –

Que oprime, como

La profundidad de las catedrales −

Emily Dickinson, Poema 258

I – Expiación del poeta.


En invierno, el juicio infernal.

Poema robado que destrona,

− en lúcido sueño artificial −

al mayor de los hijos de Apolo.


Furia sorda, intento de musa.

El himno que falso es, exilia

−en hora poética inducida −

al mejor rimador de Dioniso.


El castigo: verdad y virtud

¡negados!: vergüenza del poeta.

Belleza amarga encontrada.

En la nieve hundí la cabeza.



II – Dríade


En persecución de la oscura musa − por las húmedas grietas de eternos laureles − bella y divina, el poeta confundió el éter con el perfume de la Virgen Loca.




III – Cuadro romántico


− Ausente mujer, virgen rosada−

leer poesía ideal,

romántica presa. Luz tardía

en viejos mañanas. Obtenido


el premio: apócrifo, quimérico.

La única audiencia, a tus versos

− cobarde, oculta y fantasmal −

escucha ¡son ratas, suciedad!



IV – Le Mépris


Un amante esperaba a otro

compañero aletargado, paria.

Pensamiento − el largo y cansado −

es cicuta, lucidez del Eros;


“Tú belleza, hoy me mirarás.

Mi amante serás” le decía.

“¡Nunca!” gritó el ángel. “Amén”

−dijo el amante destrozado.


Desprecio − espera del amor −.

El carro de fuego se consume

detrás de una lúdica canción

había un hombre obsesionado.


El amante esperaba a otra

belleza animal, Afrodita.

“Nebuloso tu rostro– ¡compañero! −

en mi alma aun queda tu espuma”



V – Cuadrados Poéticos



“Mañana” significa riesgo – para el enamorado –

sólo revelación – para el amado – […]

fe – el experimento de Nuestro Señor −

Emily Dickinson, Poema 300



i

Astros, viento;

cosas fueron

que decía

su futuro.


Sutil extraño.

Tú, nigromante

agonizante

−Fría belleza −

su palpitar.


¡Oh su dulce barba!

sólo fe pedida

era entregar,

− sombra eléctrica−

prueba vigilante

pérfida mi alma.


Árbol corriendo, frío.

Pesado nuestro tiempo

sin diálogos, cambiamos

invisibles caricias

segundo-minuto-hora

en siniestras miradas;

prófugos nuestros labios.


Agitada espiral

en las altas soledades

de un tiempo sin verdad.

Escapado el nocturno,

−Su cabeza en mi pecho −

pronuncié al juez – etéreo −

tres palabras – amén − mudas

¡Creo en Dios, creo en Dios!


En una noche con ventisca

honesta− mente − el palíndromo

destinó a la “roma” caja,

pronto tiempo de destrucción.

Oh Pandora abandonada,

Desmentida la transeúnte

juerga amorosa, la carga

del rebelde cuerpo invernal

¡Yo no quiero. Yo no deseo!


Astros, viento, divina poción

de un vaso por/sin olvidar.

Animal soy, − miembro fantasmal −

entumecido en disección

de la fe, palabras proclamé

en la alta luz abandonada

¡y el amado de hablar dejó!

Sus palabras, en libro están

donde segundo-minuto-hora

con punzante locura releo.



ii


Guardián − disminuida oración

al sino − de su viento perfumado,

recuerdo en el móvil del camino,

razón de mi destrono, reverencia.

Amor vaticinado − veraniega

mañana de la noche desterrada −

debajo de dulzura me ahogo,

así, su horizontal-vertical

aprecio me oprime, me silencia.

Hacer − sin contestar la postración −

es carga intolerable, no deseada.


Domingo solemne, rompí el hechizo

ducal aprendido de un Dios popular.

Mañana – la fe destrozada − infame,

es cruel mi santuario. Amor nebuloso,

el riesgo divino, veneno anónimo.

La musa relee – malvada manera −

sutil al oído: ¡el dulce futuro!

Altar de una sombra. Rebelde el cuerpo,

perdido el honor, con ira – en frío

eléctrico, sordo − tiré en tu viento

mis huesos helados, el alma quemada.

¡El libro en manos por fin destrozado!


Marginal la virtud, de la sílaba yerma

que describe temor. En recuerdo quedó

desvelada el arma. Mi barba que crece

en el viento. Los astros, pronóstico etéreo

de un sueño segundo, minuto de fe.

“He tirado la carga” el viento repite

en la hora continua. El fúnebre riesgo

del despido − adiós agotado − filtrada

bendición − me repite el tiempo −, ventisca

por los muros del cuarto. Pandora, cerrada

ya la caja. Revelada verdad al amado.

En mañana proclamo: deseo por nueva

ocasión. Oculto el vacío, redención.




VI – A Sylvia Plath


Tenía treinta años

la noche transformada

en furia colosal.

Te leí en la nieve.

− “embriaguez del abismo” −

no podía dormir.

Podemos soñar, Sylvia.

Podríamos ganar:

el amor cambia nada.

El tiempo no avanza.


El verano deshoja

poemas, disciplina,

holocausto; Ariel.

Un libro minucioso,

una lenta metáfora

el sano shock eléctrico

no quiso comprender.

Amanecer cansados,

hermosos, paralelos

a los demás − no importa −.


Y nunca importó,

Si corren de nosotros,

del sonido: silencio

que grabamos con tiza

carmesí en sus puertas.

Podemos crecer Sylvia,

Podemos bailar siempre,

Si paramos la aguja

de un vinil ajeno.

Bellos, cansados, muertos

para amar, Sylvia Plath.



VII – Rito de Iniciación


En la nieve dormido, enclaustro

a la gracia ajena. El dios

− con un canto lacerado – recuerda

la mentira, anhelo, dolor.


La virtud de Apolo ganada

por perdido honor. El sonido

de su lira− iluminación−

es un bálsamo de Fierabrás.


− Sangre, carne y huesos helados −

Soy ofrenda, estatua y templo

al tiempo ebrio de sordo dios.

La verdad de Dioniso ganada.


Y así, me levanté al Eros.

¡Escucha tu himno enmendado!

Sin vergüenza miré en su espejo.

Ya limpio, regresé a morir.